miércoles, 19 de agosto de 2009

Alejé mi vaso, que la tabernera quería volver a llenar, y me levanté. Ya no necesitaba más vino. La huella de oro había relampagueado, me había hecho recordar lo eterno, a Mozart y las estrellas. Podía volver a respirar una hora, podía vivir, podía existir, no necesitaba sufrir tormentos, ni tener miedo, ni avergonzarme.

H.Hesse

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