martes, 6 de abril de 2010

Fragmento

La seria de inscripciones continuaba ilimitada. Una decía:

Instrucciones para la reconstrucción de la personalidad.

Esto se me antojó interesante y entré en aquella puerta.

Me acogió una estancia a media luz, y en silencio; allí estaba sentado en el suelo, sin silla, al uso oriental, un hombre que tenía ante sí una cosa parecida a un gran tablero de ajedrez. En el primer momento me pareció que era el amigo Pablo; por lo menos llevaba el hombre un batín de seda multicolor por el estilo y tenía los mismos ojos oscuros, radiantes.

-¿Es usted Pablo?- pregunté.

- No soy nadie- declaró amablemente-. Aquí no tenemos nombres, aquí no somos personas. Yo soy un jugador de ajedrez. ¿Desea usted una lección acerca de la reconstrucción de la personalidad?

-Sí, se lo ruego.

-Entonces tenga la bondad de poner a mi disposición un par de docenas de sus figuras.

-¿De mis figuras?...

-Las figuras en las que ha visto usted descomponerse su personalidad. Sin figuras no me es posible jugar.

Me puso un espejo delante de la cara, otra vez vi allí la unidad de mi persona descompuesta en muchos yos, su número parecía haber aumentado más. Pero las figuras eran ahora muy pequeñas, tal cual figuras manejables de ajedrez, y el jugador, con sus dedos silenciosos y seguros, cogió unas docenas de ellas y las puso en el suelo junto al tablero. Luego con monotonía, como el hombre que repite un discurso o una lección ya dichos muchas veces:

-La idea equivocada y funesta de que el hombre sea una unidad permanente, le es a usted conocida. También sabe que el hombre consta de una multitud de almas, de muchísimos yos. Descomponer en estas numerosas figuras la aparente unidad de la persona se tiene por locura, la ciencia ha inventado para ello el nombre de esquizofrenia. La ciencia tiene en esto razón en cuanto es natural que ninguna multiplicidad puede dominarse sin dirección, sin un cierto orden y agrupamiento. En cambio, no tiene razón en creer que sólo es posible un orden único, férreo y para toda la vida, de los muchos subyos. Este error de la ciencia trae no pocas consecuencias desagradables; su valor está exclusivamente en que los maestros y educadores puestos por el Estado ven su trabajo simplificado y se evitan el pensar y la experimentación. Como consecuencia de aquel error pasan muchos hombres por “normales”, y hasta por representar un gran valor social, estando irremisiblemente locos, y a la inversa, tienen a muchos por locos, que son genios. Nosotros completamos por eso la psicología defectuosa de la ciencia con el concepto de lo que llamamos arte reconstructivo. Al que experimentado la descomposición de su yo, le enseñamos que los trozos pueden acoplarse siempre en el orden que quiera, y que con ellos se logra una ilimitada diversidad del juego de la vida. Lo mismo que los poetas crean un drama con un puñado de figuras, así nosotros construimos con las figuras de nuestros yos separados constantemente grupos nuevos, con distintos juegos y perspectivas, con situaciones eternamente renovadas,¡Vea usted!

Con los dedos silenciosos e inteligentes, cogí mis figuras, todos los ancianos, jóvenes, niños y mujeres; todas las piececillas alegres y las tristes, las vigorosas y las débiles, las ágiles y las pesadas; las ordenó rápidamente sobre el tablero formando una combinación, en la que aquéllas se reunían al punto en grupos y familias, en juegos y en luchas, en amistades y en bandos enemigos, reflejando al mundo en miniatura. Ante mis arrobados ojos hizo moverse un rato al pequeño mundo lleno de agitación, y al mismo tiempo tan en orden; lo hizo jugar y luchar, concertar alianzas y librar batallas, comprometerse entre sí, casarse, multiplicarse; era en efecto un drama de muchos personajes, interesante y movido.

Después con un gesto sereno pasó la mano por el tablero, tumbó suavemente todas las figuras, las juntó en un montón y fue construyendo, artista complicado, con las mismas figuras un juego completamente nuevo, con grupos, relaciones y nexo diferentes en absoluto. El segundo juego se parecía al primero; era el mismo mundo, se componía del mismo material, pero la tonalidad había variado, el compás era distinto, los motivos estaban subrayados de otra manera, las situaciones coloradas de otro modo.

Y así el inteligente artífice fue construyendo con las figuras, cada una de las cuales era un pedazo de mí mismo, numerosos juegos, todos parecidos entre sí desde cierta distancia, todos como pertenecientes al mismo mundo, como comprometidos al mismo origen, cada uno, sin embargo, enteramente nuevo.

-Esto es arte de vivir- dijo doctoralmente-; usted mismo puede ya de aquí en adelante seguir conformando y animando, complicando y enriqueciendo a su capricho, el juego de la vida; está en su mano. Así como la locura, en un grado superior, es el principio de toda ciencia, así es la esquizofrenia el principio de todo arte, de toda fantasía. Hay sabios que se han dado cuenta ya de esto a medias, como puede comprobarse, por ejemplo, en El cuervo maravilloso del príncipe, aquel libro encantador, en el cual el trabajo penoso y aplicado de un sabio es ennoblecido por la cooperación genial de una multitud de artistas locos y enterrados en manicomios. Tome, guarde para usted para sí sus figuritas; el juego le proporcionará placer muchas veces. La figura de hoy, haciendo de coco insoportable, le echa perder el juego, mañana podrá usted degradarla, convirtiéndola en una comparsa insignificante. Al juego siguiente, usted puede hacer una princesa de la pobre, y simpática figurilla que durante una combinación parecía condenada a remediable desventura. Le deseo que se divierta mucho, caballero.


H.Hesse

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